lunes, febrero 07, 2011

Se equivocó el Nilómetro



Parece que el bravo mar de la revolución egipcia se ha tomado un respiro a la espera de nuevos acontecimientos. Las espadas siguen en alto y sólo parecen aguardar la llegada de una cabeza visible que aglutine los aparentemente tan diversos como prójimos deseos de libertad.
Tengo confianza en el pueblo egipcio, un pueblo que construyó un imperio al albur de los caprichos del Nilo y que ha demostrado una paciencia cívica que muy pocos esperaban; la práctica totalidad de la violencia vivida hasta ahora provenía de las huestes anejas al poder. Haciendo gala de una apacible concordia y echando de paso por tierra la falaz amenaza del inevitable ascenso integrista. Espoleados por el ejemplo tunecino del hastío y cabreo generado durante décadas de represión, han dado un ejemplo al mundo de que, hoy en día, los pueblos siguen teniendo la potestad de arrebatar el poder a quienes lo deshonran abusando de él.
Siento cierta envidia al saberme miembro de una sociedad aborregada, sometida al exclusivo pastoreo consumista y poco dada a los cambios más allá de la periódica pantomima electoral.
No estoy con ello reclamando barahúndas callejeras, ni desórdenes violentos, pero, admiro el ejemplo del pueblo islandés que hizo caer a un gobierno que les había llevado a la ruina, valiéndose de una algarada al son de pancartas y cacerolas; de lo que, por cierto, apenas hemos oído hablar en nuestra prensa, no sea que cunda el ejemplo.